Esteban Abad
“Hacía frío así que mamá nos dejaba un rato más en la cama. Pero ¿Quién podía seguir durmiendo con aquél sonido repiqueteante que venía de la cocina?”“¡Taca taca, taca taca!, ¡Taca taca, taca taca!”. “Y con el aroma del reviro (1) que se cocía suavemente en la ollita de hierro”, rememoraban los hermanos misioneros radicados en Buenos Aires desde hacía unos años. La nostalgia los había ganado esa mañana de domingo y de invierno porteño con temperatura bajo cero; por lo tanto, junto a amigos de otras provincias, conocidos en la pensión donde vivían, comenzaron a desandar la senda lenta y larga de los recuerdos.Alfredo y Víctor, llamados los “guaraníes”, convivían con un santafesino y un correntino - entre otros provincianos más -, en el mismo caserón “autodenominado” pensión. No lo pasaban tan mal. Tenían una habitación para los dos hermanos, baño compartido con agua caliente y fría, desayuno, almuerzo y cena todos los días menos el domingo, día en que la cocinera se tomaba franco.La comida era aceptable aunque las milanesas de chinchulín con puré de zapallo no les agradaban. Esa muestra de “creatividad” de la enorme y gorda cocinera concitaba las quejas de los pensionistas en general. La patrona, una entrerriana muy simpática -con los inquilinos que estaban al día-, recibía a los quejosos, los escuchaba y la respuesta era siempre la misma “si no les gusta múdense al “cheraton” (2), que está aquí cerca”. “Y opama la discusión” (3), se decían los misioneros resignados. Y con el resto de los muchachos prometían en silencio, vengarse ferozmente alguna vez de la cocinera y la patrona ese domingo, frío, húmedo, de remembranzas, el santafesino y el correntino llegaron a la conclusión de que los oriundos de Misiones hablaban de su reviro y el “taca taca” de la ollita pero no demostraban la calidad alimenticia de ese plato tradicional y exclusivo de la tierra colorada. Entonces, compraron harina y grasa y en la cocina que se podía usar para hacerse alguna comida rápida o calentar agua para el mate, Alfredo mezcló, hasta hacer un bollo suave y firme, harina, agua tibia, grasa y sal, mientras su hermano derretía el resto de la grasa en una olla mediana. Allí volcó la masa y empezó a machacarla como en mortero hasta que el bollo se fue transformando en una suerte de pan rallado para admiración del santafesino y la exclamación del correntino “¡parece chipá cuerito (4) cruvicado!”Con el reviro y un buen mate cocido los cuatro tuvieron un excelente desayuno. Cuando estaban a punto de terminar llegó la cocinera que pasaba las noches del sábado en casa de “una amiga” y a media mañana de su franco llegaba a dormir. Al ver a los muchachos comiendo preguntó que era y la invitaron. La gorda probó una cucharada, dijo “como comer fideos fritos con cuchara” y se terminó todo lo que quedaba e iba a constituirse en la merienda de los provincianos.Para mejor, una vez que eructó, se sirvió mate cocido, y les dijo “si la patronapregunta por la olla, porqué está tan abollada, le voy a decir que fueron ustedes para hacer esa porquería, con perdón del pan que es la cara de dios”.Y la patrona preguntó. La ollita era una reliquia - decía -, de su pobre marido que allí se hacía los guisos para él solo porque no le gustaba la comida de la gorda.“Pronto los voy a poner en la calle a ver si allí son tan vivos, cabecitas negras” rugía la dueña de la pensión bajo la mirada atenta y servil de la obesa cocinera y olvidando su origen mesopotámico. Pero la sangre no llegó al río y un mes después los muchachos seguían en la misma habitación. Entonces un domingo pidieron permiso a la dueña para hacer reviro. La señora accedió a cambio de que le enseñaran a hacerlo pues la cocinera le había hablado muy bien del plato. De hecho cuando estuvo listo la mujer comió hasta quedar petisa. “Lo que comió la vieja no lo va a olvidar nunca” comentaba el santafesino en tanto el correntino se persignaba y decía “Ñande yara (5)¡qué manera de comer!”.Los dos misioneros, sonriendo con curiosa mueca de complicidad en la cara soltaron un “Menos mal que nosotros no comimos nada”.“¿Y que pá é lo que ibamo a comé si la vieja tragó todito ité? (6)”, dijo el correntino. “Y encima lo que no pudo comer lo llevó a su pieza”, agregó el santafesino.Los misioneros empezaron a preparar un mate utilizando todo el tiempo del mundo y poniendo todos sus sentidos en el ritual previo a cebar.En el dormitorio, sin embargo, todo era orden. Las valijas de los hermanos estaban hechas y se los veía listos para armar viaje. “Y a ustedes compañeros les conviene prepararse también; encontramos una pensión más barata y mejor que esta, en el Once (7). Nos mudamos. Y mejor que lo hagamos y ustedes también pero no nos vayamos antes de que la vieja despierte de su siesta”. Los muchachos sospecharon algo y, sin dudar, comenzaron a empacar. Ya listos para partir vieron a la dueña de casa salir de su habitación pálida, sudororosa, casi desnuda y disparada al baño. Al cabo de un largo rato volvió para la pieza pero no alcanzó a entrar. Corrió al baño de nuevo. Cuando la puerta se cerraba, los cuatro “cabecitas negras” ya estaban dentro de un taxi. Hoy, ya grandes, suelen divertirse contándoles a los nietos de aquella vez en que hicieron reviro laxante. “¿Y cómo es eso abuelo?” “Simple gurí, en vez de sal común, sal inglesa”(8).
“Hacía frío así que mamá nos dejaba un rato más en la cama. Pero ¿Quién podía seguir durmiendo con aquél sonido repiqueteante que venía de la cocina?”“¡Taca taca, taca taca!, ¡Taca taca, taca taca!”. “Y con el aroma del reviro (1) que se cocía suavemente en la ollita de hierro”, rememoraban los hermanos misioneros radicados en Buenos Aires desde hacía unos años. La nostalgia los había ganado esa mañana de domingo y de invierno porteño con temperatura bajo cero; por lo tanto, junto a amigos de otras provincias, conocidos en la pensión donde vivían, comenzaron a desandar la senda lenta y larga de los recuerdos.Alfredo y Víctor, llamados los “guaraníes”, convivían con un santafesino y un correntino - entre otros provincianos más -, en el mismo caserón “autodenominado” pensión. No lo pasaban tan mal. Tenían una habitación para los dos hermanos, baño compartido con agua caliente y fría, desayuno, almuerzo y cena todos los días menos el domingo, día en que la cocinera se tomaba franco.La comida era aceptable aunque las milanesas de chinchulín con puré de zapallo no les agradaban. Esa muestra de “creatividad” de la enorme y gorda cocinera concitaba las quejas de los pensionistas en general. La patrona, una entrerriana muy simpática -con los inquilinos que estaban al día-, recibía a los quejosos, los escuchaba y la respuesta era siempre la misma “si no les gusta múdense al “cheraton” (2), que está aquí cerca”. “Y opama la discusión” (3), se decían los misioneros resignados. Y con el resto de los muchachos prometían en silencio, vengarse ferozmente alguna vez de la cocinera y la patrona ese domingo, frío, húmedo, de remembranzas, el santafesino y el correntino llegaron a la conclusión de que los oriundos de Misiones hablaban de su reviro y el “taca taca” de la ollita pero no demostraban la calidad alimenticia de ese plato tradicional y exclusivo de la tierra colorada. Entonces, compraron harina y grasa y en la cocina que se podía usar para hacerse alguna comida rápida o calentar agua para el mate, Alfredo mezcló, hasta hacer un bollo suave y firme, harina, agua tibia, grasa y sal, mientras su hermano derretía el resto de la grasa en una olla mediana. Allí volcó la masa y empezó a machacarla como en mortero hasta que el bollo se fue transformando en una suerte de pan rallado para admiración del santafesino y la exclamación del correntino “¡parece chipá cuerito (4) cruvicado!”Con el reviro y un buen mate cocido los cuatro tuvieron un excelente desayuno. Cuando estaban a punto de terminar llegó la cocinera que pasaba las noches del sábado en casa de “una amiga” y a media mañana de su franco llegaba a dormir. Al ver a los muchachos comiendo preguntó que era y la invitaron. La gorda probó una cucharada, dijo “como comer fideos fritos con cuchara” y se terminó todo lo que quedaba e iba a constituirse en la merienda de los provincianos.Para mejor, una vez que eructó, se sirvió mate cocido, y les dijo “si la patronapregunta por la olla, porqué está tan abollada, le voy a decir que fueron ustedes para hacer esa porquería, con perdón del pan que es la cara de dios”.Y la patrona preguntó. La ollita era una reliquia - decía -, de su pobre marido que allí se hacía los guisos para él solo porque no le gustaba la comida de la gorda.“Pronto los voy a poner en la calle a ver si allí son tan vivos, cabecitas negras” rugía la dueña de la pensión bajo la mirada atenta y servil de la obesa cocinera y olvidando su origen mesopotámico. Pero la sangre no llegó al río y un mes después los muchachos seguían en la misma habitación. Entonces un domingo pidieron permiso a la dueña para hacer reviro. La señora accedió a cambio de que le enseñaran a hacerlo pues la cocinera le había hablado muy bien del plato. De hecho cuando estuvo listo la mujer comió hasta quedar petisa. “Lo que comió la vieja no lo va a olvidar nunca” comentaba el santafesino en tanto el correntino se persignaba y decía “Ñande yara (5)¡qué manera de comer!”.Los dos misioneros, sonriendo con curiosa mueca de complicidad en la cara soltaron un “Menos mal que nosotros no comimos nada”.“¿Y que pá é lo que ibamo a comé si la vieja tragó todito ité? (6)”, dijo el correntino. “Y encima lo que no pudo comer lo llevó a su pieza”, agregó el santafesino.Los misioneros empezaron a preparar un mate utilizando todo el tiempo del mundo y poniendo todos sus sentidos en el ritual previo a cebar.En el dormitorio, sin embargo, todo era orden. Las valijas de los hermanos estaban hechas y se los veía listos para armar viaje. “Y a ustedes compañeros les conviene prepararse también; encontramos una pensión más barata y mejor que esta, en el Once (7). Nos mudamos. Y mejor que lo hagamos y ustedes también pero no nos vayamos antes de que la vieja despierte de su siesta”. Los muchachos sospecharon algo y, sin dudar, comenzaron a empacar. Ya listos para partir vieron a la dueña de casa salir de su habitación pálida, sudororosa, casi desnuda y disparada al baño. Al cabo de un largo rato volvió para la pieza pero no alcanzó a entrar. Corrió al baño de nuevo. Cuando la puerta se cerraba, los cuatro “cabecitas negras” ya estaban dentro de un taxi. Hoy, ya grandes, suelen divertirse contándoles a los nietos de aquella vez en que hicieron reviro laxante. “¿Y cómo es eso abuelo?” “Simple gurí, en vez de sal común, sal inglesa”(8).
(1) Reviro. Comida típica de Misiones.(2) “cheraton” vulgarismo por Sheraton (Hotel).(3) “Opama la discusión”, “Terminó la discusión”(4) “Chipa cuerito”, nombre dado en Corrientes a la “torta frita”. (5) “Ñande yara”, exclamación: “¡Dios mío!”(6) “Todito ité”, reafirmación : “Todito mismo”.(7) Once, barrio porteño(8) Sal inglesa. Purgante muy utilizado hasta los años 60.
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